jueves, 25 de diciembre de 2008


¿Qué es el Sentido Crítico?

Pues la aplicación rigurosa de las reglas racionales a cualquier hecho real y enunciado -que pretende ser cierto- sobre él.

En contrastación o en verificación, ante esa BASE de las reglas racionales, el sentido crítico CUESTIONA todo lo que se dice en la sociedad (donde impera -por orden- el interés mediático, el rumor arrojadizo y el tópico que se fija).

Y lo cuestiona con un PROCEDIMIENTO de imparcialidad, es decir, dando una prioridad a las mismas reglas racionales sobre lo que uno mismo vaya a enunciar; por lo que aquí, en el procedimiento, es esencial la AUTOCRÍTICA: el DISCERNIR lo que es estrictamente racional de lo que no lo es de tu enunciado, esto es, el percatarte de que tu enunciado -con pruebas y con coherencia- DEMUESTRA racionalidad.

Lema de su aplicación:
- Lo que parece ser cierto -de lo que digan los demás y de lo que diga yo- aún no lo es, será únicamente cierto si se demuestra racionalmente y, además, rebate bien todas las argumentaciones que van en su contra.

viernes, 28 de noviembre de 2008

DETERMINISMO E INDETERMINISMO
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E.l determinismo es un concepto que debe siempre tratar de elementos y de contextos existenciales, no de “generalidades” o de inconcreciones; en cuanto que ya, ser un elemento, implica ser un condicionante para un contexto determinado, además, en cuanto que ya ser un contexto implica también ser un condicionante para los elementos que contenga, para que les posibilite unas interacciones.
Esto a la par de que todo es ya una causa y, de seguida, condiciona al participar en una acción: posee y adquiere un aspecto de determinación.

Es evidente que, sin restricciones, el determinismo es la consecuencia (el efecto) que responde al principio de causalidad, y no hay nada más cierto que eso: algo causó algo, dado que algo, ya por existir, es un principio activo, una causa por sí misma de actividad (o sea, ya existiendo algo, es causa en cualquiera de sus acciones).
Ejemplos: El movimiento es una causa de la acumulación de energía y, la radiación –que es también movimiento-, es una causa de la liberación de energía -lo permite-.

No obstante, pensemos en esos dos ejemplos que los he elegido con una segunda intención. La energía se comporta, de hecho, de diferente manera ante el movimiento, al comprobarse aun efectos contrarios; porque, el movimiento, se encuentra en contextos o “desarrollos” diferentes.
Lo que equivaldría a decir que todo actúa como causa, sí, pero no determina el mismo efecto si esa causa misma actúa en otro contexto (todo elemento de un contexto es, así, un elemento funcional de ese contexto).

En contradicción, la ciencia no ha dado su brazo a torcer porque un electrón responda, a la fuerza, a las causas de la mecánica clásica; a sabiendas de que, un electrón, o cualquier partícula elemental, “no busca” ya -de antemano- una estructura, no tiene esa funcionalidad a priori pero, el elemento que ya compone una estructura determinándose, sí está sujeto a esa funcionalidad. Lo que, por de pronto, significa que algo posee o no siempre una función dependiendo de su contexto.

Tolstoi insistía en que, el ser humano, es esclavo de la historia; desde luego, sin embargo no es esclavo de la historia que le queda por protagonizar o por hacer, de tal manera que, todo contexto -incluso el histórico- se encuentra siempre modificándose o determinándose con un presente activo sobrecargado de multitud de causas –y el ser humano interviene con sus acciones en ello, para una u otra finalidad suya-.

Bien, quiero adentrarme más en lo que estaba aclarando, sin tapujos. Un electrón se mueve en una gran diversidad de estados hasta que, una interacción en concreto, le hace “decidirse” en uno, establecerse en uno; por lo cual, se deja -su movimiento- determinar –aliarse- con la forma que efectúa o conlleva asimismo ése tipo de estados. Claramente, ahí, lo indeterminado ya no lo es tanto cuando, en realidad, participa con un estado, cuando de veras asume las consecuencias formales de ése estado -uno- con y para ser forma (determinación).
Digamos, por lo menos, que lo simple de ser electrón, liberado de donde sea o “en libertad” -en disponibilidad a las interacciones-, se excita “así” hacia la complejidad -hacia un compuesto más “complejo”-; porque, en tal determinación de complejidad, “participa” o se condiciona para un fin de complejidad estructural.
Ahí, en tal contexto, participa igualmente cualquier elemento, pues se halla o se hallará concebido o “animado” o proyectado a vincularse en y para ser una estructura más compleja.

Algo no menos importante es que, al ser una “vinculación participativa” para sí misma (“independiente”, pues existe la independencia funcional, no la de lo físico o la de lo efectual), es inevitable hablar ya de una inherente gravitación: por el hecho ineludible de ser ya estructura concreta determinándose y, al ser ineludible, gravita en torno a ella. Por su masa, desde luego, pero -en el fondo- referirse a la masa es un modo de no referirse directamente a ésa estructura determinándose compleja que más responde a su contexto existencial, esto es, se trata de un orden que interacciona, ante todo, antes por y para sí mismo; con respecto a otro orden -por ejemplo- al cual no responde igual un fotón.
Y resaltando que, una estructura determinándose más compleja, no puede prescindir de cierta dependencia también con respecto a otros contextos; así es, los electrones de los átomos de otra estructura saltarán a los suyos cuanto más cerca se encuentre porque, los diferentes contextos, no pueden eludir la “interacción en general” o la disponibilidad de sus “principios activos”.

En definitiva, los contextos, sí, están y van modificándose constantemente y, por esa modificación, efectual, pueden ser posibles causas infinitas en sus acciones.

Por último, en concreción, que el fuego enciende un cigarrillo es cierto, pero sólo encenderá al cigarrillo que nosotros queramos o determinemos así, o al que una modificación de su contexto propiciará para hacer encender precisamente uno.

A las causas, un contexto modificándose las “elige” o las propicia; no, nunca el divino azar que no existe o es una leyenda humana, muy contagiable. Y, en ese sentido, el ser humano modifica algo su contexto -o también puede hacerlo para el futuro-; él determina -o puede sin duda determinar- algo su contexto: he ahí su libertad.

Nota.- Los enlaces que utilizo para algunos términos o conceptos no dan, de ningún modo, una definición con rigor o la deseada por mí, sino que -al menos- aclaran algo.
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miércoles, 12 de noviembre de 2008

LA PARADOJA DE RUSSELL
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Todo obedece –en continuidad- a un orden; es decir transcurre “lo que hay” por interacciones derivando “lo nuevo”.
Así, la realidad puede perfectamente concebirse como una construcción desde el orden que le precede, que le conforma, que le “ordena” –en el sentido de derivación, de delimitación- y no precisamente por un mandato determinista -porque también se construirá con las condiciones de lo nuevo-.

Algo “es” porque “sigue” vinculado a unas “pre-consecuencias” ante unas consecuencias que aún no las son; pero “continúa desde” el procedimiento natural que le es propio, al cual pertenece (en matemáticas se entiende que “está incluido” en una clase, categoría o conjunto de equivalencias).
Por supuesto, el ser humano es “a priori” un procedimiento energético unido a un procedimiento biológico y, además, unido a un procedimiento social; significando esto que “sigue” tres órdenes prioritarias que, a su vez, interaccionan o que nunca de modo alguno pueden excluirse para seguir conformando al ser humano.

Por eso lo más elemental de las matemáticas –lo que está en consonancia con lo empírico- denota la realidad o es la realidad; de hecho, distinguiendo una serie de analogías, es decir, “separándolas” racionalmente tras advertirles unas no-relaciones o diferencias.
Veamos, x –“ser energético”-, w –“ser biológico”- y z –“ser social”- son condiciones -o elementos- contenidas en el conjunto E, cuya condición se establece en “ser existencial”; esto equivale a decir que x, w y z pertenecen o están incluidos en E. También todos los elementos semejantes a x formarían el conjunto A, todos los semejantes a w el conjunto B y todos los semejantes a z el conjunto C; unos subconjuntos de E.

Un ejemplo: Llamemos V al conjunto de la vergüenza humana correspondiendo a que cualquier complejo turístico en el litoral ha de contar con un sistema de seguridad o de detección de seísmos.
Pero imaginemos, a la par, que a unos cuantos les gusta el negocio al margen de la seguridad con el consentimiento de todos los responsables políticos a los que les encanta las Cumbres, pues esos ya comportarían otro conjunto cuyos elementos no pertenecerían a V, ni serían semejantes a los V correspondiendo ya a otro criterio, el de “lo que ha de venir vendrá” con pasotismo implícito y sin mucha preocupación sobre lo que se hace.
Así que, cuando millones de personas ya se hayan instalado en el litoral buscando una mejor vida, de inmediato serán expuestos a un peligro que nadie les advertirá, ni los gobernantes ni esos empresarios muy guapos y muy importantes (que suelen decir “tenemos buenas intenciones”).

Pues bien, “ser responsable” es una condición que se encuentra dentro del conjunto cuya condición más general es “ser social”, o le pertenece.
Llevado al terreno lingüístico, en una oración predicativa el sujeto “es” o posee propiedad de algo: “Juan es huérfano, es rubio, es…”; lo que depara una clase de elementos que son propiedad “identificativa” de Juan. En realidad, son elementos que lo caracterizan o que lo identifican a él como conjunto o... como resultado (sería el conjunto de los caracteres de Juan).

En la lógica de proposición, asimismo, existe un paralelismo: Dados los elementos de un conjunto M y H, cualquier elemento podría pertenecer sólo a M, sólo a H o bien a M y a H al mismo tiempo, aunque incluso podría no pertenecer ni a M ni a H.

Entonces, si una proposición o condición pertenece a dos conjuntos cualesquiera, esos dos conjuntos comparten algo en común, una relación de identidad, una concreta semejanza. Por ejemplo, siendo M el conjunto de todos los animales que viven dentro del agua y H el conjunto de todos los animales que viven fuera del agua, un anfibio pertenece a ambos conjuntos, o sea, es elemento común entre los elementos propios de M y H.

En cambio, supongamos dos conjuntos: N cuya propiedad sea “no ser” y S, cuya propiedad sea “ser o no ser”. Aquí, N siempre pertenecería a S, luego es un elemento de S. Pero si n “es” un elemento de N así, al momento, se determina que si decimos que n pertenece a N, entonces n “no es” un elemento de N, y no le pertenece (esta es la paradoja de Russell).

Establezcamos que N sea “el conjunto de todos los conjuntos que no son miembros o elementos de sí mismos”; pues así, si aplicamos que N pertenece a N, el cual por criterio no pertenece a sí mismo, entonces N no pertenece a N. Es decir, N pertenecerá a N si y sólo si N no pertenece a N.

Bien, el error se desencadena por descuidarse el principio de que todo conjunto deberá atender a que siempre sostenga una propiedad existencial o real de sus elementos, en cuanto a que “algo” tiene” que “ser” forzosamente para considerarse un elemento (esto es, un elemento que no existe, lógico es que NO PUEDE SER ELEMENTO para algún conjunto).
Por consiguiente, tanto el conjunto de “lo que no es” como el de “lo que no existe” o el de “lo que no se pertenece a sí mismo” no poseen elementos y, al no poseer elementos, no pueden considerarse como conjuntos.

Primero, para que un elemento pueda pertenecer "a cualquier conjunto" ha de partir con un criterio claro -y no imaginario- de que “ya” pertenece “por seguro a un conjunto", en concreción.
No se puede decir “el conjunto de todos los elementos que pertenecen a otros conjuntos” porque conllevaría abarcar todos los elementos o el conjunto de todos los infinitos elementos; eso, claro, nunca posibilitaría concretar de qué elementos estamos hablando, de si existen o no e, incluso, de si pueden compatibilizar una relación o no (es el caso del “conjunto de lo que yo vivo y de lo que no puedo vivir de la realidad”; aquí, como verán, todos los elementos sí existen, pero son incompatibles, no relacionables).

De antemano, irracional o imposible -en la lógica- es proponer al “conjunto de todas las personas que no pertenecen a su conjunto, sino a otros”; ya que primero se ha de considerar que, si existe algo como elemento de un conjunto, es porque forzosamente "ya" se ha determinado o demostrado que “es”, siendo ya "partícipe" de un conjunto, el "inmediatamente suyo”.
He ahí que es necesario el criterio “auto-identificativo” (o el Principio de Propiedad únicamente aportado por mí, menospreciado por “irracionales que, quizás, odien a la sabiduría” pero que sustenta esencialmente a los demás principios) para proponer un conjunto, el que empieza –explícita o implícitamente- por “es”, no por lo que “no es”.

En “el conjunto de todos los seres vivos que no sean animales” ya sabemos que la condición identificativa es “ser vivo”; pero no ocurre igual en “el conjunto de todo lo que no sea un ser vivo” pues, de ese “todo”, no podemos alcanzar una identificación mínima para concretar o verificar la existencia de tal conjunto, ni aún menos la de sus elementos (o sea, no se atiene al Principio de Propiedad, siempre imprescindible en lo racional o, si quieren entenderlo, es aún más imprescindible que la ecuación energética de Einstein).

Para cualquier conjunto hay que saber primero si tiene elementos propios y, también, cuáles son los elementos -existentes-que le pueden ser propios.






¿ES EL CERO UN NÚMERO?
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Las matemáticas están fundamentadas en un orden numérico; algo aplicable, desde luego, a la realidad sustentada en un orden de prioridad de unos principios que se armonizan con un orden funcional.
La numeración natural empieza en la unidad -se constata una primera cosa- y continúa uniéndose a otra unidad y después a otra hasta llegar, sí, a las mismas posibilidades de esa acción, mientras se pueda contar -también se puede descontar, proyectar la numeración hacia atrás-.

Sin embargo, el hecho o la acción del contar sólo es viable -sólo existe- ya una vez que se establece iniciáticamente por seguro la unidad -la base sobre la cual se desencadena un orden armónico-, es decir, el "primer número de cosa"; he ahí que, con cierto ritmo o ilación, el desarrollo ascendente o descendente del contar se acciona, se activa, comienza -comienza con algo ya contado-.
Pero he de advertir que la numeración de referencia ha de ser siempre la ascendente; por lo que el primer número (número radical) "forja" o implica el desencadenante verdadero de una numeración ostensible.

La unidad base, cuya misión es dirigirse hacia "un algo más", digamos, hacia una inercia ilativa, de seguida se dobla, se triplica…; luego la numeración supone -"debela"- una confluencia de un mayor significado o de una complejidad contada a medida que se separa de su base.
Esto es, llega a ser más complejo su último número desencadenado, generado más bien desde un primer elemento.

Siendo eso así, esta numeración base -para cualquier expresión polinómica- es posible permutarla por otra que sirva en efecto para expresar otros aspectos de la realidad; y para ello sólo necesita una "táctica", al instante, que se someta a una regla que regularice todos sus elementos a partir de uno complejo dado o… resultado, previsto como resultado.
Entonces ese sistema podría ser de numeración octal o, bien, que todos sus elementos "atendieran" a un tipo de operación o etiqueta matemática; por lo que, en adelante, se lograría un conjunto de elementos -de números- a los que se les impondría una "condición" o "dependencia con respecto a un resultado", a una operatividad aplicada o activa en tal… conjunto.
Por ejemplo, que para ser uno de sus elementos ha de estar fraccionado o presentar un cociente expreso: 1/5, 5/3, 7/2, etc. Y significa esto que la complejidad la determina o la "hace" -un ser humano- mayor o aún más compleja, puesto que cualquier número puede, mediante la operación que conlleva, que "arrastra", expresar ya un resultado periódico o casi infinito (¿no?, cualquier numerador puede estar sometido de inmediato a un denominador como 8 -valor infinito-).

No obstante, en cuanto a lo esencial, la numeración base con su ya primer número base es "indeleble", o sea, nadie, nadie que hable de matemáticas podría prescindir de tal "trasunto" a partir de esa base o de ella misma; pues el primer número que "dice" de verdad es aquél que no se ha resuelto de lo "intrincado", sino que se decanta o se produce con una referencia más o menos directa a la unidad, y éste es el 1, el que dice "ya"… una cosa.

Además, el 1 posee una capacidad inherente para que los demás se autoidentifiquen cuando operan con él. De hecho, todo número multiplicado o dividido por 1 conduce a él mismo, todo número elevado a la potencia de 1 también.
Llevado a la probabilidad, bien, toda probabilidad de un suceso seguro es siempre 1; por eso la probabilidad de la ley de Gravedad para un ser humano situado en la Tierra es 1.

Pero el problema auténtico del 1 en las matemáticas es, al menos, un desentendimiento con el 0; puesto que mientras algo no es 0 -al no poderlo ser- ya es, ya pertenece al 1 o es un mínimo de 1.
En principio, el 0 anula a cualquier número en cualquier operación: al multiplicarse, al dividirse, etc. Al sumarse o restarse 0 ni siquiera se advierte operación o operatividad.
En matemáticas cualquier número elevado a 0 resulta 1 -he ahí la unidad-. La proporción 0 no existe, anula asimismo la operación. Empero sí, sí existe el resultado 0, el vano trabajo operativo para llegar a nada, o sea, para ajustar algo a como se empezó: con "nada".
Entonces ¿se referencia el 0 sólo como resultado -y no como base numérica- de una u otra elucubración humana?, ¿existe el 0?, ¿la cosa 0?

Bien, una cosa ya es, se registra -le es propio- realmente cuando no es "nada", no es igual a "nada"; por lo tanto toda alusión numérica responde a la mínima referencia de 1.
Sí, cualquier número es un número inferido de 1, no de 0; mejor decir que la "cosa A" siempre será 1, no 0.
El 0 puede ser borrado, evidentemente ser prescindido -las decenas, las centenas, etc., pueden considerarse con otro distintivo, al igual que los resultados que equivalen a 0-. ¡Ah!, en la numeración romana no existe el 0 y sí el 1 simbolizado por I. Luego es "eliminable".

Algo último, en matemáticas todo número elevado a 0 (A°) da como resultado 1, lo que quiere decir que en la potenciación cuya base no sea 0 expresado no existe el resultado 0, aun sea la base 0 elevada a 0; paradójicamente la potenciación del 0 con un índice 0 es 1, paradójicamente la potenciación de 1 con un índice 0 es 1, paradójicamente la potenciación de -1 con un índice 0 es también 1.
Luego un valor numérico negativo elevado a "nada", es "algo", es 1 -una paradoja-.
Sin embargo, si el 0 no posee ya un valor numérico, por lo tanto debía al instante anular -dejar intacto el valor con el cual opera- en cualquier operación o conducirla a 0 ( 2+0=2, 2o 0=0, 2:0=0, 2/0 es imposible al presentarse como una no fracción); lo que no ocurre en -1 elevado a 0 (-1º), en donde no se admite más que un resultado impuesto: 1.

Si todo número cuando opera con 0 en realidad no opera con "nada", en consecuencia, no se debería producir un resultado en la operación. Si Aº = 1, y sólo Aº/Aº=1, luego a Aº se le considera una fracción "no expresada" o que no expresa un cociente a priori; por lo que Aº actuaría como fracción omitida, no en realidad como número entero.
Pero ¿dónde está el A del Aº como un elemento de los números enteros, el cual debería corresponder a 0?, ¿no?
¿Acaso es Aº un elemento universal de todas las numeraciones -al instalarse como una… expresión omitida-? Si es así, si así es, ¿cómo se puede perfectamente prescindir de su índice 0 como un valor no operativo?, ¿puede el valor 8 -valor infinito- elevarse a 0 y resultar 1?


Apostilla:
Señalar que, en cualidad, nadie tiene cero esperanza, ni cero amor, ni cero nostalgia, etc.; por lo tanto, es una indicación que nunca indicará racionalmente nada, una contradicción, una locura.
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martes, 11 de noviembre de 2008


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Los sofistas y la retórica
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Cuando en el siglo VII a. C. apareció la polis griega, la ciudad-estado, asimismo se creó la cultura incentivada –por mecenazgo- y protegida ya por una “intelectualidad”: la cultura policéntrica.
En el corazón de cada ciudad vivían los ciudadanos para una instrucción que no era exclusivamente la de la guerra porque, en ese contexto, trabajaban además para dar un esplendor organizativo –de convivencia- utilizando los beneficios económicos que les llegaban de la colonización.

La ciudad-estado garantizaba, sin duda, una estabilidad para que la cultura se sujetara, al fin, en una ocupación diaria de aprender, o sea, en la vocación, en esa tendenciosa forma de vivir para que trascendieran los conocimientos. Por medio del proselitismo, por medio de la “escuela”, por medio de la instauración de grupos se celebraba una particular transmisión de valores religiosos, éticos y políticos significativos para el futuro.

Sin embargo, lo más importante -en ese contexto- era que la actividad conjunta de todas estas escuelas incidía en la sociedad a modo de catarsis, a modo de “abrirse” intelectualmente despertando de seguida actitudes críticas, al contrastarse las diferentes posturas que prodigaban más o menos retoricismos o demagogias o superficialidades en torno a la acción mítica sobre los seres humanos.

Entre los siglos V-IV a. C. se produjo en Atenas el mayor mecenazgo de unos “profesores itinerantes”, de unos profesores-filósofos que ocupaban las plazas o el medio público para llamar la atención (porque el saber siempre debe llamar la atención; de hecho, es una llamada para que se atienda al conocimiento) o convencer a los demás con sutilezas retóricas –gracias a la erudición- de aprendizajes o de valores que consideraban imprescindibles para el espíritu de la democracia o para la cultura ateniense.
Los había de todas las intenciones y, de ahí, el motivo que hasta hoy se les infravalore a los sofistas como meros “charlatanes” con escasa argumentación sólida; aun cuando animaban la actividad intelectual de su pueblo.

El sofismo, hoy en día, está cargado prejuzgadamente de connotaciones antifilosóficas; y es cierto, sí, pero sólo en parte.
El caso es que, la retórica o el a veces desmesurado montaje dialéctico de esos asalariados eruditos, sólo era una estrategia para influir a una conciencia o crítica comunitaria en pos de que se movilizara en una dirección u otra realzando, así, la tan necesaria dinámica política.
Eso, en efecto, ha permitido que, en política, cada cual tenga derecho a su verborrea más o menos convincente porque sea aprobada o no por una mayoría; eso, el que por lo menos sea lícito el hacerlo y el que las mentiras, subyacentes siempre en cualquier sociedad, sean ya expuestas o exhibidas ante los ojos críticos de todos, librándose ahí del miedo y de la hipocresía que conlleva.

Ellos, los sofistas se mostraban a menudo como esos bufones dispuestos a distender un ambiente cohibido aunque, a decir verdad, muchos eran ya charlatanes de puro sin-remedio por los tópicos que no eran capaces de superar contra sus ignorancias. Algo que sí lo pudo lograr un eclecticismo posterior o tras “lo verosímil aristotélico”.

Es muy preciso señalar, con el objeto de que no siga una pertinaz confusión, que Sócrates se guió por una forma de pensar totalmente diferente, más individual y autocrítico, que nada tiene que ver con la naturaleza ampliamente sofista aunque, sí, por supuesto, quería influir de la misma manera itinerante o pública a los jóvenes de Atenas.
Pero, él, veneraba ya un código de conducta, carente de vanagloria o pedantería, además de que sostenía en su argumentación un método racional en donde no todo era válido, y en donde se contaba con la posibilidad de una contra-argumentación del otro, esto es, que podía por lo menos rebatirlo y... lo aceptaba.

Sócrates nunca se creyó un poseedor de la verdad, sino que buscaba la verdad a través del conocimiento; en cuanto a que nadie posee la verdad, solamente se llena de verdad –inevitablemente- defendiendo y construyendo, no con pocos esfuerzos, una coherencia sobre los conocimientos que busca y acepta o no de acuerdo a lo que existe. Sócrates, por ello, se enfrentó a los sofistas y les reprochó tanto la vacuidad de sus argumentos que seguían “de unos a otros” como la ostentación o el enriquecimiento que alcanzaban con sus misiones “didácticas”. Su pensamiento, o su integridad, estaba por encima de cualquier etiqueta.



Nota:
El ser humano sólo alcanza las verdades que puede alcanzar (los millones de detalles que significaron "la revolución francesa" no, nunca, ni los kilos de hierba que comieron los dinosaurios).
En cuestión, sí, depende de una concreción, de cuál verdad en concreto queremos saber y, entonces, atendemos a una búsqueda delimitada; por ejemplo, de si existieron los dinosaurios o no (y ahí ya no caben mitos, de ninguna manera, pues existe la probación sobre eso).
Desde luego, los mitos existen en la Historia al igual que todo (la manipulación, la censura, el humor, etc.) y, porque está todo lo que el ser humano implica, niega o puede hacer, hay que distinguirlo, separar unas cosas de otras.
Así es, un médico no puede considerar o incluir en el historial médico de un enfermo que "le gustan las películas de acción"; digamos claramente que, en coherencia, se remite a lo que es racional de acuerdo con la verdad en el ámbito de la salud.
Los hechos que se cuentan históricamente pueden ir adornados de mitología, sobre todo los personajes; pero otra cosa es la probación de un hecho, de si existió o no el genocidio nazi por ejemplo. Y ahí no caben mitos, es una probación (verdad) de si existió o no.
Una cosa es el mero relato o crónica -que todo el mundo lo sabe hacer y, casi siempre, a su favor- y otra muy diferente lo probatorio sobre nuestro pasado, lo que se respalda con pruebas.
Pues así es todo, hay que saber qué verdad se busca; y luego buscarla.
Galileo no se encontró la verdad de "la Tierra gira" entre las manos o debajo de la cama, sino la buscó, es decir, se interesó por la verdad emplazándola en su quehacer diario.







LA COSTUMBRE EMPÍRICA DE HUME


Considera David Hume que todo aviene al suceso no para comprenderlo en plenitud -o para saber de él- sino para sucederlo, por pura experimentación y, racionalmente, como costumbre.

La costumbre nos hace "inferir" la existencia de un objeto a partir de otro al cual se encuentra conectado o al cual tiene una relación en la “contigüidad” de tiempo y lugar, en la “prioridad” de un movimiento como causa manifestándose eso, a su vez, mediante una “conjunción constante”.
Así, aunque la razón advierta la causa, en cambio en adelante sin más condición nos hará inferir un mismo efecto por siempre, por costumbre para que el entendimiento se anticipe a cualquier otra experiencia.
Es, pues, la costumbre - como entendida por Hume- lo que nos hace suponer que algo va a ser siempre de tal determinada manera, o sea, así como sucede y, por ello, dar por sentado que el futuro es conformable al pasado.

Es cierto, sí, que todo puede considerarse sin más como costumbre (las estrellas tienen la costumbre de ser energía, los seres vivos la costumbre de morirse, etc.) pero, la costumbre, no es pasividad en donde la introspección o la voluntad no cuenten.
De hecho, cualquier ser vivo conoce para “conocer más”, así es, y no se parte de un “entendimiento en plenitud” –de una absorción de toda la realidad, algo muy criticado por mí-, lo que significa que lo que sucede “ya es” como “realidad hecha” más que como un determinante inamovible de lo que luego vaya a ocurrir; porque el ser vivo adapta sus conocimientos para asumir o concebir “lo nuevo”, los imprevistos –no es un crédulo para seguir un cierto automatismo establecido de obediencia ante el futuro, es decir también maneja su abanico de posibilidades, su susceptibilidad racional ante lo que venga-(1).

Por eso, la costumbre es tan racional que conserva lo conocido –porque no se olvide-: todo proceso posee su historia por seguir siendo proceso o, bien, se alimenta la continuidad de lo pasado.
Esto es fácil de entender, claro, el conocimiento ha de ser obligatoriamente una retroalimentación para que se conduzca en conformidad a la realidad que asimismo lo hace; en este sentido todo desarrollo es coherente consigo mismo al llegar a “un presente”. Lo que pasa es que un desarrollo traslada o proyecta lo que tiene (“lo dado” o “lo tenido”) ante lo que le transcurre en ese instante y ante lo que afrontará en un tiempo posterior; ¡ah!, pero no puede prescindir de lo que tiene, pues, ya es realidad y ya ha sido “de hechos”.

Otro asunto es la costumbre en el contexto cultural, en el cual diferentes intereses o privilegios tienden a ser sobreprotegidos a través de leyes, de normas atávicas, de dogmas o de mitos.
En efecto, aquí la costumbre evita en parte una evolución racional –o de ética racional-, en cuanto a que es utilizada para servir a unos y a otros no.

Cierto es, muchos dirigentes de una sociedad inculcan de una manera prioritaria sólo la condescendencia hacia ellos y se escudan por el respeto a las reglas que a ellos les constituye condiciones de privilegio.

En cuestión, sí, la costumbre no contrarresta lo esencial porque, aunque exista una en particular que es forzada por unos poderes oligárquicos para sus propios beneficios, por lo general el ser humano también tiene costumbre de rectificar, de aprender de sus errores –que eso es precisamente el conocimiento- y se habitúa con ello –sin remedio- a evolucionar.

Es un error lo de “El hábito me determina a esperar lo mismo para el futuro” que postula Hume; el hábito, de entrada, nos mejora, nos mejora para comprender o reconocer nuestro entorno, en la asimilación del hábito natural –el de la naturaleza- sobre todo.

En la naturaleza, lo habitual es lo preferente por razón de que, en el fondo, tal postura o propiedad existencial rige un orden, rige lo ordenado porque infiera en existencia; conforme a que el caos o el desorden no lo dispensa, no dispensa un orden o ciclo existencial (2).

Nuestra mente se habitúa a guardar conocimientos, es así, y es imposible lo contrario si quiere conocer la realidad; pues, una célula prebiótica –por ejemplo- no puede habituarse a este presente real, a éste, tan sólo a lo que está en continuidad cognoscitiva con ella, o tan sólo a lo que atiende a su orden e, inevitablemente, tal orden no es de modo alguno esquivable por un ser vivo, sino es en gran parte ya cognición y en otra cognoscible en cuanto queda vinculado a un desarrollo.

Hume se obsesiona en que el futuro es improbable racionalmente (el futuro no es que sea probable o improbable, sino que es algo aún no-hecho, aún no experimentado para que sea abordado plenamente por la razón); bueno, quizás quisiera él tenerlo como cierto, ya real, ya determinado como el presente (el futuro es la indeterminación frente al pasado y al presente y, si fuera determinado, todo -hacia lo mismo- estaría determinado), pero eso conllevaría al fijismo que no permite nada, al extremo mismo de la no experimentación (la no-experiencia, estar fuera de sí, de la realidad que transcurre).
Mejor aclarado: conocer es comportar lo que va sucediendo, lo que está o está dado o lo que “ya ha venido”, no viene todo de golpe o… no está todo transcurrido.

Por lo tanto, es inviable un conocer sin que transcurra la realidad, y aún menos un saber sobre una monorrítmica realidad -que acabaría por anularse al no proporcionar una capacidad de interacciones suficientemente diferentes-.
Al conocer “per se” le son inherentes los hechos sucesivos, le es inherente el suceder continuo -¿cómo concebir un suceder discontinuo o involutivo(3)?- y, por consiguiente, es una cohesión en suma, un resultado en donde los elementos “se han conocido”, “se han entendido suficientemente”, se han reconocido unos a otros.


He ahí la importancia que doy a la coherencia en virtud de que a la misma realidad le es, de hecho, sumamente esencial.


(1) Una primera célula “no conoce” que va a participar como molécula, pero luego lo conocerá.
(2) En la naturaleza algo se ordena habitualmente de tal o cual manera, predisponiendo esta capacidad unas leyes reales o propias de la realidad que transcurre.
(3) Pues sería una evolución caótica, sin orden, sin progreso, sin conformación de algo interaccionado; en realidad no sería nada, antiexistencia.

Nota:
Hay que tener cierto cuidado al hablar de "costumbre": Tú estás acostumbrado a algo porque, sobre todo, tú te dejas acostumbrar (es decir, pones de ti, es eso voluntarioso). Sin embargo, fuera del contexto humano, la costumbre no viene -en cierta manera- al caso o... tendría otro significado, otro concepto.




José Repiso Moyano

domingo, 2 de noviembre de 2008


21/04/2012

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Andorra
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Argentina
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Alemania
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1



14/09/2011 03:00 – 15/09/2011 02:00
Páginas vistas por países
Alemania
2
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Páginas vistas por países (el 11/09/2011):

España
34
Estados Unidos
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5
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Colombia
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